sábado, 20 de agosto de 2011

Para una flor desconocida

Desde pequeña y por mi educación religiosa me han contado que Dios está en todas partes, en las pequeñas cosas y en las grandes, en esas que tanto pides y en las que menos te esperas.

Pues bien, hoy vengo a decir que he visto a Dios, que lo veo y hablo con él tooodos los días. No me he vuelto loca, es sólo que vuelvo a creer con más fe si cabe.

Es tan fácil como aceptar una conversación, que alguien te pida perdón de forma sincera y te demuestre lo egoísta que puedes llegar a ser en tu vida.

Ese ángel tiene sólo tres letras que no pienso revelar -él sabe quién es- y no quiero compartir mi milagro pero sí sus efectos.

Estaba a oscuras pensando que la vida ya no tenía nada con lo que sorprenderme, que no tenía sentido y que todo era rutina (incluso aún a veces lo pienso) pero sólo tengo que hablar con mi ángel o escuchar su canción para recuperar las fuerzas, demostrarme que yo también puedo ayudarle y sacarle una sonrisa, algo tan sencillo y tan difícil como eso; quizás hasta suelte una lagrimilla al leer estas líneas pues, entre sus alas de acero, hay un verdadero corazón dulce, amable y sencillo.

Gracias por revelarte ante mi tal y como eres, por abrirme los ojos -aunque sea tarde- y por sacar lo mejor de mi. Pase lo que pase en ese futuro que los dos esperamos no dejes de sostenerme entre tus alas y de abrirme tu alma. Si tú apareciste y me salvaste de la oscuridad en la que vivía, yo también podré hacerlo por ti, TE LO ASEGURO.

Siento que las musas no me inspiren una poesía preciosa pero éste es el idioma de mi corazón y la letra de mis manos. Creo que con eso es suficiente verso para que nos entendamos.

Te querré siempre ángel mío

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